domingo, 28 de abril de 2013

Eduard Punset: ¿en el futuro viviremos mejor o peor?

Os dejo un artículo de Eduard Punset leído en su página, puedes pulsar aquí para acceder a su web y aquí para leer el artículo original.


Me lo pregunto muchas veces: «¿dentro de treinta o cuarenta años –probablemente el plazo de 
iempo que nos separa de los países como estados Unidos, en la cabeza del desarrollo mundial– 
estaremos peor o mejor de lo que estamos ahora?». Factores como la mayor similitud en el 
acceso a los beneficios de los adelantos tecnológicos  –las últimas investigaciones científicas 
asocian la mayor extensión de las redes sociales con mayor cantidad de masa gris en el cerebro– 
llevarían a pensar que estaremos mejor, y lo estaremos más rápidamente. el crecimiento imparable 
de la soledad, en cambio, que afecta la conducta de un porcentaje cercano al veinte por ciento de
 la población nos hace presagiar un mundo más solitario, dejado a sí mismo, de lo que estamos acostumbrados. Yo hice lo que entonces llamábamos el bachillerato en north Hollywood, California, 
en la década de los cincuenta. 

Los jóvenes de entonces iban más a lo suyo –botellones incluidos– en la manera de comportarse 
comparado con nuestra juventud hasta hace muy poco tiempo. recuerdo perfectamente las 
 persecuciones en coches de los distintos clubes en que se dividían los alumnos de la High School, 
hasta terminar en la falda de las montañas vecinas bebiendo cerveza lejos de los padres y la Policía. 
muchos de los miembros 

de la clase habían muerto  –descubrí al celebrar el cuarenta aniversario de la fiesta de graduación–. 
Yo creí, equivocadamente, que habían muerto todos en la guerra de vietnam; pero habían fallecido normalmente por causas naturales. 

Sí recuerdo que estuvieron siempre mucho más solos que nosotros los  europeos. La desestructuración  familiar había comenzado mucho antes (como nosotros ahora, uno de cada no sé de cuántos hijos 
era de familias divorciadas). Padres, madres e hijos cambiaban de residencia muy a menudo; era 
muy difícil encontrar a alguien que hubiera nacido en el mismo lugar donde ahora trabajaba. He seguido frecuentando aquellos lugares de estudio y trabajo desde entonces. Lo primero que salta a la vista 
es que los vínculos biológicos que en europa siguen confeccionando la estructura social y vital allí 
apenas cuentan. 

Los padres, los abuelos, ya no digamos los tíos suelen ser ciudadanos de otros estados y están 
muy lejos. La familia se ha desestructurado también. Yo no digo que sea bueno o malo; en realidad, cuando uno está obligado a contemplar aquí, en la calle, los suplicios vandálicos a los que se somete a los hijos 
bien 'estructurados', dan ganas de salir corriendo. no he olvidado nunca la visita hace unos pocos años de dos amigas de clase ya retiradas. 

Por primera vez en su especie, aumentaba la esperanza de vida dos años y medio cada década. 
estaban pues en buena salud y vinieron desde north Hollywood a la bisbal para pasar en tierras
gerundenses una semana. Se pasaron todos los días, presencialmente, en una de las cafeterías más frecuentadas del lugar. «Lo que más nos gusta, lo que más nos divierte –me decían– es ver cómo l
a gente se habla sin cesar por internet con amigos de todo el mundo, excepto con el de la calle de al lado, que no sabían ni dónde caía».
La vida presencial era inexistente. 

La comunicación fluía por los canales digitales, cuyo dominio era imprescindible para 
comunicarse con los demás. Ahora, me pregunto si las demandas físicas y locales, como el hambre
o el sexo, han cedido la preferencia a las demandas de orden genérico y psicológico, como participar 
en las redes sociales. 

Para que nadie se sienta apesadumbrado con el mundo que supuestamente viene, me gustaría 
terminar esta reflexión como la había comenzado. resulta que cuantas más redes sociales se 
atienden, mayor cantidad de masa gris genera el cerebro, capacitándolo para efectuar tareas 
hasta entonces insospechadas.

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